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Clásica y ópera -

Barcelona, entusiasta recepción de una exigente música de cámara


El cuarteto de cuerdas es tenido con razón por la forma más exigente de la música de cámara, el concierto que nos ocupa fue a la sala, llena; el público, atentísimo; los aplausos e incluso los ‘bravos’, interminables y entusiastas.
21/05/22


El cuarteto de cuerdas —y lo mismo vale en gran medida para el quinteto— es tenido con razón por la forma más exigente de la música de cámara y se asocia con frecuencia a un sector minoritario dentro de los melómanos. El concierto que nos ocupa desmintió gozosamente esa última apreciación: la sala, llena; el público, atentísimo; los aplausos e incluso los ‘bravos’, interminables y entusiastas. No era para menos, dada la belleza de las obras interpretadas, el Cuarteto de cuerda nº 15 en Re menor KV 421 de Mozart (el segundo de los seis excelsos cuartetos dedicados a Haydn) y el Quinteto de cuerda en Do mayor, D 956 op. posth. 163 de Schubert. Y, por supuesto, dada la excelencia de los intérpretes, el Cuarteto Casals y, asociado para el Quinteto, el violonchelista Santiago Cañón.

 

La elección de las obras ya constituía un primer acierto: el Cuarteto de Mozart, uno de los mensajes más conmovedores y directos del compositor, de tintes sombríos como ya indica la elección de tonalidad, Re menor, con un carácter elegíaco, puede relacionarse por contraposición con el Quinteto schubertiano, grandioso y profundo en su forma, tan ‘orquestal’ que parece no pertenecer al género de la música de cámara, escrito en la ‘triunfal’ tonalidad de do mayor, en el mismo ambiente que la Sinfonía “Grande”. Es preciso destacar la sabia versatilidad con que los intérpretes abordaron cada una de las obras, lo límpido y preciso de su técnica, la profundidad de su interpretación.

 

Si queremos destacar algunos momentos de una velada, toda ella un acierto, recordamos la versión del Casals del tercer movimiento del cuarteto mozartiano, con un Menuetto sacado casi con justificada dureza, áspero, severamente polifónico y contrapuesto magistralmente al Trio, donde el primer violín bordó un canto sobre el pizzicato de los otros instrumentos. No fue menor la perfección con que vertieron las ricas variaciones del Allegretto final, por elegir una, la tercera, con una espléndida intervención de la viola.

 

En la versión del Quinteto, para cuya interpretación el violoncelista Santiago Cañón, se asoció perfectamente con el Cuarteto, cabe destacar precisamente cómo en el Adagio ese segundo violoncelo mantuvo un elegante pizzicato sempre, sobre el cual el primer violín trazó su canto. Y destaquemos también la versión del impresionante final, con una coda marcada fff en la partitura que los intérpretes resolvieron casi con fuoco.

 

José Luis Vidal

 

Fuente: https://scherzo.es/



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