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Clásica y ópera -

Sinfonía Nº 8


En una época de su vida en que se vio obligado a enfrentarse a verdades muy penosas acerca de sí mismo, cuando tuvo que renunciar al único amor profundo que había conocido, cuando sufrió un alejamiento de su hermano, cuando contemplaba la posibilidad del suicidio, Beethoven compuso esta sinfonía, una obra totalmente desprovista de las emociones sombrías de su vida.
Ludvig van Beethoven


En una época de su vida en que se vio obligado a enfrentarse a verdades muy penosas acerca de sí mismo, cuando tuvo que renunciar al único amor profundo que había conocido, cuando sufrió un alejamiento de su hermano, cuando contemplaba la posibilidad del suicidio, fue en esa época que Beethoven compuso su sinfonía más alegre, más despreocupada, una obra totalmente desprovista de las emociones sombrías de su vida.

 

La Octava Sinfonía fue comenzada hacia fines de 1811 y terminada en octubre de 1812. Su estreno se realizó bajo la dirección del compositor el 27 de febrero de 1814, en Viena.

Johann Nepomuk Mälzel era inventor de aparatos musicales. En 1812 perfeccionó su panarmónicon, una combinación mecánica de los instrumentos de una banda militar, y su cronómetro, antecedente del metrónomo. Beethoven visitaba con frecuencia el taller de Mälzel y su amistad se vio fortalecida cuando el inventor fabricó una trompetilla para el oído del compositor, ya parcialmente sordo.

 

Mälzel se reunió con otros amigos de Beethoven en una cena de despedida para el compositor, quien estaba a punto de salir de viaje hacia fines de la primavera de 1812. Beethoven estaba en uno de sus estados de ánimo divertidos, que él mismo describía como "desabotonado". Durante la fiesta, Mälzel describió su cronómetro, con el cual esperaba proporcionarles a los compositores una forma de indicar el tempo con exactitud y proporcionar a los ejecutantes una ayuda para una ejecución regular. Beethoven aplaudió la idea alegremente y de inmediato se lanzó a una canción aparentemente espontánea basada en el "ta ta ta" del instrumento de Mälzel. Los demás asistentes se unieron para convertir la canción en un rondó. Esta tonada intrascendente pasó a formar parte del segundo movimiento de la Octava Sinfonía, en la que Beethoven estaba trabajando en ese momento. La melodía cuenta con un acompañamiento acompasado sugerente del cronómetro.

 

La inclusión de este tema metronómico no es el único ejemplo de humor en la sinfonía. La obra abunda en pausas inesperadas, notas sorprendentes y gestos no preparados. Los súbitos estallidos en compás de 2/4 dentro del primer movimiento en 3/4 son un ejemplo del bien intencionado humor de la sinfonía. También es ingeniosa la forma en la que finaliza el primer movimiento, con el corte repentino de lo que parece ser una nueva expresión del tema principal.

 

Las notas repetidas incesantes que impregnan el segundo movimiento, incluso hasta su compás final, constituyen otra instancia del humor de la sinfonía. Cualquier pieza que carezca de un movimiento lento, pero que en cambio tenga un scherzo y un minué, necesariamente demostrará buen humor. Es así que el ingenio se continúa en el minué, que comienza con una deliciosa ambigüedad acerca de cuál tiempo es realmente el primero de cada compás.

 

El final comienza con una ambigüedad similar y con un tema intencionadamente intrascendente. Continuamente nos sorprendemos por el desarrollo sofisticado que crece a partir de un comienzo tan poco prometedor. La falsa recapitulación haydnesca, prácticamente en cuanto comienza la sección del desarrollo, es un non sequitur delicioso. El cierre excesivamente grandioso constituye una última humorada.

 

Esta historia de la Octava Sinfonía es una lección para cualquiera que crea que una pieza musical necesariamente es una expresión directa de las emociones profundas del compositor. Esta sinfonía alegre, "desabotonada", absolutamente deliciosa, fue escrita durante uno de los períodos más torturados de la vida de Beethoven. Fue compuesta en la época en que Beethoven estaba involucrado en la única relación amorosa verdaderamente apasionada de su vida, una relación que estaba destinada prácticamente a destruir todo menos su espíritu.

 

Misteriosamente se conoce a la mujer como la amada inmortal, basado en una carta de amor semirracional, torturada, que le escribió Beethoven. La carta no está fechada y el compositor aparentemente jamás la envió. La fecha y la identidad de la amada permanecieron desconocidas para generaciones de musicólogos y biógrafos, hasta hace poco tiempo. El estudioso de Beethoven Maynard Solomon, que escribía en 1977, dio pruebas concluyentes de que la amada era Antonie Brentano y que Beethoven estaba enamorado de ella sin esperanzas en la época en que estaba trabajando en la Octava Sinfonía.

 

Beethoven había estado enamorado muchas veces, pero ninguna de sus relaciones había llegado a nada. El compositor fue rechazado repetidas veces por las mujeres que escogía, ya sea porque no estaban interesadas en él o porque estaban comprometidas con otros hombres. Con tanta frecuencia el compositor había escogido mujeres inaccesibles o no interesadas que el biógrafo Solomon cree que lo hacía por razones psicológicas muy profundas. Conscientemente, Beethoven pensaba que quería una relación sexual normal y una vida familiar corriente, pero en realidad era incapaz de mantener una u otra. De este modo, una y otra vez elegía mujeres a las que podía culpar por sus propios fallos. Pero entonces conoció a Antonie y todo cambió.

 

Antonie Brentano era una mujer felizmente casada, madre de cuatro hijos. Se mudó con su familia a Viena en el otoño de 1809. Beethoven conoció a la familia y trabó amistad con ambos esposos. Franz Brentano quería regresar a vivir a Frankfurt, pero Antonie amaba Viena y deseaba quedarse. A medida que Franz se ponía más insistente, Antonie se desesperaba. Acudió a Beethoven en busca de apoyo y gradualmente su amistad se convirtió en amor. El le dedicó varias piezas. Para la primavera de 1812 sostenían una verdadera relación.

 

Después de la cena de despedida con Mälzel, Beethoven partió rumbo a Praga, donde se unió a Antonie. Ella le confesó su amor abiertamente y le ofreció abandonar a su familia para vivir con él. Ella y Franz iban a pasar el mes de julio en las termas de Karlsbad y Beethoven planeó encontrarse con ella allí. Pero antes de partir hacia Karlsbad, Beethoven escribió la famosa carta a la amada inmortal. En ella le rogaba a Antonie que no destruyera su familia pero que siguiera amándole.

 

Fue a Karlsbad, donde trató de reanudar las relaciones amistosas normales con Antonie y su esposo. Ella se dio cuenta de que Beethoven jamás asumiría un compromiso con ella. Hacia noviembre, cuando ya estaba terminada la Octava Sinfonía, los Brentano se habían mudado de Viena. Beethoven se sintió muy perturbado por todo el suceso y jamás volvió a involucrarse más que casualmente con una mujer.

 

Lo que conmovió a Beethoven era el altruismo y el carácter absoluto del amor de Antonie. Ella no tenía reservas y estaba dispuesta a arriesgar la censura de la sociedad para estar con él. La carta a su amada refleja su tremendo conflicto interno. Se sentía desgarrado entre el deseo de una vida compartida con Antonie y la fuerte tendencia de sus antiguos hábitos. Beethoven era un solitario que siempre había creído que quería mujer y familia. Ahora, enfrentado a la posibilidad real, distaba mucho de estar seguro. Beethoven se había permitido enamorarse, porque subconscientemente había pensado que Antonie era "segura": tenía un matrimonio feliz y era madre. Mientras estaban juntos en Praga, sin embargo, descubrió que ella estaba dispuesta a llegar a cualquier extremo con tal de estar con él.

 

Su reacción fue penosamente ambivalente y su dolor era mayor debido a su amistad con el marido de Antonie. Como allí no había nada del rechazo al que Beethoven estaba acostumbrado, no tuvo más remedio que enfrentarse con la realidad. La relación destruyó cualquier ilusión que pudiera quedarle acerca de su capacidad para llevar una vida normal con una mujer. Dejó de pensar en sí mismo como en un hombre real y ahí se encuentra su tragedia más profunda. Al encontrar un amor desinteresado se vio obligado a reconocer que era incapaz de corresponderlo.

 

Después de rechazar a Antonie, mientras ella se preparaba para partir, permaneció lejos de Viena durante el otoño. Beethoven se dirigió a Linz a visitar a su hermano menor, Nikolaus Johann, y terminar la Octava Sinfonía. Nikolaus tenía una relación descarada con su ama de llaves, Thérése Obermayer. Beethoven intentó desbaratar la relación. El motivo subyacente parece haber sido: ¿por qué permitir que su hermano tuviera una mujer, si él mismo no podía?

 

La relación entre Nikolaus y Thérése venía desde hacía tiempo, pero sólo ahora Beethoven, dolorido por los hechos de su propia vida, se decidió a hacer algo al respecto. Llevó el asunto ante el obispo y la policía de Linz y hasta llegó a las manos con Nikolaus. Pero los actos de Beethoven tuvieron el efecto contrario de su intención: Nikolaus se casó con Thérése. El compositor jamás perdonó a su hermano y siguió odiando a su nueva cuñada por el resto de su vida. El incidente fue tan perturbador para Beethoven que su salud se vio perjudicada.

 

Y es así que, en una época de su vida en que se vio obligado a enfrentarse a verdades muy penosas acerca de sí mismo, cuando tuvo que renunciar al único amor profundo que había conocido, cuando sufrió un alejamiento de su hermano, cuando contemplaba la posibilidad (aunque no lo intentó en realidad) del suicidio, fue en esa época que compuso su sinfonía más alegre, más ingeniosa, más despreocupada, una obra totalmente desprovista de las emociones sombrías de su vida. La relación entre un artista y su obra es compleja, como siempre debería recordárnoslo la historia de la Octava Sinfonía.

 

 

 

 

 

 

 

 



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