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Clásica y ópera -

La música clásica antes y hoy


Lejos de la triste y errónea concepción de la música clásica como una exquisitez alejada de los gustos populares, hoy goza de una enorme vitalidad y frescura.
07/03/23


Sin ser especialistas, podríamos decir que la música está conformada por varios elementos estructurales, entre los que destacan, en orden creciente de complejidad, el ritmo, la melodía y la armonía, aunque sin duda hay otros aún más elaborados, como la "multidimensionalidad" que, sin embargo, son más fáciles de detectar que de definir.

 

Esos tres primeros atributos pudieran considerarse como condiciones necesarias y suficientes para que se pueda decir que una pieza es “bonita”, pues si falta alguno entonces no quedamos satisfechos, a menos de que nos mantengamos en un sentido primario, simplonsón y taquillero.

 

Por eso los grandes compositores clásicos lo son, pues lograron envolver sus obras en esa triple aura, y además lo hicieron de forma que perdura siglos después, y eso pudiera atribuirse fundamentalmente a la armonía, es decir, la combinación “armónica” de notas acomodándolas en estructuras musicales sencillas o complejas.

 

¿Cuál es la diferencia fundamental entre alguna pieza corta de Beethoven, por ejemplo, y el cantante de moda del mes pasado? Pues las complejidades armónicas, postulo, que le añaden riqueza al asunto, porque la estrella en cuestión —si acaso— solo aporta melodía y algo de ritmo, y ya (además de la tradicional cursilería en la letra, pero eso es un asunto adicional); cualquiera puede silbar una melodía, y ése es entonces el punto de partida.

 

Y hablando de lo que llamamos “música clásica” o música de concierto, hasta allí todo iba más o menos bien, pero llegaron los compositores de inicios del siglo XX y menospreciaron todo eso diciendo que la melodía no es lo que cuenta, y entonces la dejaron atrás. Peor aún: la armonía también es para lerdos, dijeron, y salió. ¿Qué queda entonces? “Música pura” le llamaron algunos (Edgar Varèse, por ejemplo) y la llenaron de estructuras formales mediante lo que podría llamarse un “álgebra musical” diferente, en donde lo que cuenta son las relaciones entre las escalas, ya ni siquiera las notas. “Música atonal” y demás pesadas obras, llenas de significancia (aunque acaso no de significados) y difíciles de escuchar. ¿Bellas?... pues, tal vez.

Un ejemplo de las posibilidades de riqueza musical lo da nada menos que Beethoven en una de sus últimas sonatas para piano (#29, “Hammerklavier”): sus otras 31 sonatas son bastante “amigables” en el sentido de que tienen melodías (y hermosísimas, además, como las siete notas repetidas del último movimiento de la #21, “Waldstein”). En esta #29, después del inicio, Beethoven se aleja de la melodía, y el resultado son 45 minutos de una belleza profunda y una armonía compleja... pero que no se puede silbar. No era lo usual.

 

A inicios del siglo 20 llegaron los grandes compositores rusos y europeos que se mofaban de lo fácil: Hindemith, Shostakovich, Bartok, Stravinsky, Prokofiev, aunque todos ellos también siguieron teniendo obras líricas y bellas.

Ya entrado el siglo XX tenemos a los atonales y serialistas heavyweights: Schönberg (aunque sí tiene música bonita, como la de “Noche transfigurada”, pero es su Opus 4), Webern y demás especímenes (unos americanos e italianos extraños: LaMonte Young, Luigi Nono, Luciano Berio y otros). Esa música es muy difícil de escuchar y requiere dedicarse a ello. ¿Para qué y por qué? Eso ya es otro tema, pero es bienvenida porque a final de cuentas se mueve dentro de la espiritualidad y se aleja de lo superficial, sin duda.

 

Allí mismo están otros pesos pesados como Lutoslawski, Boulez, Cage, Ligeti (lo que se escucha cuando aparece el monolito en 2001: Odisea del espacio), Messiaen, Xenakis, con obras muy bellas también, además de otras excentricidades.

 

Stockhausen pudiera considerarse como una mezcla entre lo bonito, lo novedoso y lo intrépido: su música es más sencilla de escuchar, y tuvo el añadido de la onda electroacústica, al igual que el “ruidoso” de Varèse (el ídolo del rockero Frank Zappa, por más señas). Estos músicos andaban de lleno en la frecuencia conceptual de altos vuelos intelectuales. Casi nada de su producción se puede tararear, y ni lo intentemos, además.

 

Como esas piezas son por lo general casi inescuchables, una reacción moderna en esa misma línea de música formal y estructurada es el minimalismo: Terry Riley, John Adams, Philip Glass, Steve Reich, Max Richter, etcétera, todos ellos bastante potables, aunque siguen siendo difíciles —un reto es escuchar completa “In C” de Riley. Luego hay otros más armónicos y casi melódicos, como David Diamond, Arvo Pärt, Henryk Górecki y John Tavener, o el neomedievalista Alfred Schnittke, con obras simplemente lindas.

 

¿Con quién nos quedamos?

El importuno compositor ruso Alexander Scriabin, por ejemplo, llegó a decir que Schubert era un tipo fácil y lacrimoso, así que en realidad la cosa es compleja...

 

Pues bien, lejos de la triste y errónea concepción de la música clásica como una exquisitez alejada de los gustos populares, y merecedora en todo caso de ser apreciada tan solo mediante pequeños fragmentos por completo ajenos a las intenciones de los compositores —como en el penoso caso de algunas estaciones radiofónicas comerciales—, la música de concierto sigue más que viva, con exitosas iniciativas de orquestas infantiles o juveniles, funciones didácticas y orquestas estatales, universitarias y nacionales, así como mediante valiosas difusoras como Radio UNAM u Opus 94 (basadas en Ciudad de México pero disponibles en internet), o la transmisora internacional Venice Classic, y eso nos enriquece a todos.

 

Además, luego de la virtual desaparición de los discos en formato físico y de muchas de las grandes firmas que los producían, las opciones ahora se encuentran en internet, y hay algunas especializadas en la música contemporánea, como por ejemplo Naxos, una empresa que hacia 1990 comenzó produciendo CDs de música clásica de bajo costo, pero que ha ido evolucionando hasta tener un catálogo y una producción tan extensos que ahora bien podría considerarse como una de las portavoces de la vitalidad, la fortaleza y la riqueza espiritual de la música clásica del siglo XXI.

 

Fuente: https://www.milenio.com/



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