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Clásica y ópera -

Parejas en el escenario ¿Hasta qué punto la relación personal se traslada a los escenarios?


Estar enamorados y hacer música juntos. Nada parece ser más romántico. Los músicos profesionales que encontraron el amor en un escenario, una sala de ensayos, un conservatorio o un estudio de grabación tienen algo con lo que las demás parejas solo pueden soñar despiertos
30/05/22


Estar enamorados y hacer música juntos. Nada parece ser más romántico. Los músicos profesionales que encontraron el amor en un escenario, una sala de ensayos, un conservatorio o un estudio de grabación tienen algo con lo que las demás parejas solo pueden soñar despiertos: volar juntos, crear, danzar con la voz, con instrumentos, juntando su arte y sus caminos vocacionales con la vida diaria, vivir con sus compañeros artísticos, estar siempre unidos.

 

A lo largo de la historia ha habido muchas parejas musicales. Por suerte se conservan grabaciones que testimonian estas uniones que van más allá de la partitura. Aunque en muchos casos la pasión y la intensidad de una personalidad artística también han llevado a peleas, envidias, traiciones y rupturas, el embrujo de escuchar en vivo a una pareja que comparte el arte que los inflama es inigualable.

 

Portrait of Jacqueline Du Pre and Daniel Barenboim, 1960s. (Photo by Jack Robinson/Hulton Archive/Getty Images)

La violonchelista Jacqueline Du Pre y el pianista y director Daniel Barenboim en los años sesenta

 

El 29 de junio actuarán en el Liceu la exquisita mezzosoprano checa Magdalena Kožená y su esposo, el célebre director sir Simon Rattle, en su poco habitual faceta de pianista. Junto a ellos subirán al escenario seis ejecutantes de instrumentos de cuerdas y viento, para transitar por un abanico de obras de cámara de Strauss, Ravel, Brahms, Stravinsky y Chausson, para terminar con los grandes compositores de la tierra de Kožená: Antonin Dvorak y Leos Janacek. En la web del teatro se lee: “Es un placer dar la bienvenida a estos artistas inmensos y tener la sensación de que, como público, estamos invitados a escuchar este concierto como si estuviéramos en el sofá de casa”. No de la casa nuestra, apunto yo: la de ellos, como si nos metiéramos en su intimidad, su disfrute de hacer música juntos.

 

Este placer culposo de colarnos en lo que para una pareja de artistas es la máxima intimidad ha hecho a lo largo de las décadas que conservemos el recuerdo de conciertos memorables, y atesoremos discos que vuelven a la vida estas formas intensas de amarse en público.

 

En algunos casos, la alianza duró toda la vida. Fue, por ejemplo, el encuentro personal y artístico entre la soprano Joan Sutherland y el director Richard Bonynge, ambos australianos, que los llevó a incursionar durante cuarenta años en el repertorio del olvidado bel canto operístico en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y reflotar juntos obras de Gaetano Donizetti y Vincenzo Bellini que no se ponían en escena desde hacía siglos. Como necesitaban un tenor… la mayoría de estos discos que registran la unión de Bonynge y Sutherland incluyen a un Luciano Pavarotti en su esplendor vocal.

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La soprano Joan Sutherland y su marido, el director y pianista Richard Bonynge, en una imagen de 1964

 

Por supuesto, cuando la pareja representa a un amor escénico la impresión para el público es mayor. Una rutilante pareja de cantantes fue por dos décadas la del tenor francés Roberto Alagna y la soprano rumana Angela Gherogiu. Hasta su sonado divorcio, se sacaban chispas como apasionados y trágicos amantes en las óperas de Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini.

 

A veces es la fama de uno de ellos la que empuja la carrera del otro, como sucedía hasta el congelamiento de sus carreras por la crisis ucraniana con la más famosa soprano de la actualidad, Anna Netrebko, y su segundo marido, el tenor Jusif Eyvazof, de menor cachet , a quien ella imponía en los elencos de las óperas que los grandes teatros que querían contratarla.

 

El caso de Netrebko es paradigmático en varios sentidos. Su marido anterior, el barítono uruguayo Erwin Schrott, también era cantante. Casi no compartieron escenario, pero la intensidad de Schrott en las tablas (es hipnótico en sus interpretaciones de Don Giovanni y Fígaro) le hizo protagonizar una bochornosa escena de celos en pleno recital con su esposa y el tenor Jonas Kaufman. Cuando en el final de un dúo de amor éste estampó un beso en los labios de la Netrebko, Schrott se acercó con un pañuelo a limpiarle el rouge, ante la mirada aterrada de su esposa. Esa fue su última aparición pública como pareja.

 

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Pau Casals y su esposa Marta Montañez, también violonchelista, en su casa de Puerto Rico en una fotografía de 1961

 

Pero la intensidad de las relaciones entre músicos se suele expresar de forma más armónica. Y en sus memorias, muchas veces la admiración y el deleite al hacer música juntos es lo primero que surge, antes que la atracción física o la unión espiritual. Una legendaria pareja de músicos, el cellista Mstislav Rostropovich y la soprano Galina Vishnevskaia, fueron modelo de comprensión y apoyo mutuo en los duros años del estalinismo. Él siempre decía en entrevistas que en el momento en que la vio por primera vez (cantando, por supuesto) se enamoró para siempre. Para acompañar a su esposa en recitales, Rostropovich tocaba el piano. Eran dos apasionados: en las interpretaciones de ambos la expresión extrema de los sentimientos primaba por sobre la belleza del timbre o la perfección técnica.

 

Juntos ayudaron a muchos perseguidos y exiliados, y fueron expulsados de la Unión Soviética cuando alojaron en su casa al escritor disidente Alexánder Solzhenitsin. Sin patria y sin pasaporte, la pareja deambuló por Europa y Estados Unidos hasta que pudieron regresar en 1990, tras la Perestroika. Cuando cada uno de ellos actuaba, era usual ver al otro, arrobado de emoción, en el palco.

 

A propósito de Rostropovich, es curioso que, al pensar en músicos enamorados, me viene a la memoria una gran cantidad de violoncelistas. ¿Qué tendrá este instrumento, que parece contener las penas y las alegrías y remedar la voz humana desde la placidez hasta la furia? Es el caso de Pau Casals y su última esposa, la puertorriqueña Marta Montañez, sesenta años menor que él. Ella, estudiante de cello, fue discípula del maestro, hicieron música juntos, fundaron festivales en Francia y Puerto Rico, y ella lo acompañó hasta sus últimos días y preside la Fundación Pau Casals. Tras la muerte de su marido, Marta se casó con otro cellista, Eugene Istomin.

 

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La mezzosoprano Magdalena Kožená y su esposo, el director sir Simon Rattle, en un concierto en el 2012. Ambos actuarán en el Liceu de Barcelona el próximo 29 de junio 

 

Y la pareja musical catalana más activa en los últimos años, la de Jordi Savall y Montserrat Figueras tiene en su eje un instrumento precursor del violonchelo moderno: la viola da gamba, con la que Savall desempolvó partituras perdidas de una extraña belleza arcaica. Montserrat Figueres murió de cáncer en el 2011, pero los discos que ambos grabaron siguen hablando de la paz, el diálogo intercultural y el legado musical de su tierra catalana.

 

Pero probablemente la cellista más apasionada, más trágica y más genial en que uno pueda pensar es la inglesa Jacqueline DuPré, que formó pareja artística y marital con el legendario pianista y director argentino-israelí Daniel Barenboim. En su autobiografía Mi vida en la música, Barenboim cuenta que conoció a DuPré, en 1967 en una cena en casa de un pianista chino amigo de ambos. “Íbamos a pasar la velada tocando música de cámara. Jacqueline y yo sentimos de inmediato una fuerte atracción mutua, tanto en el sentido musical como en el personal. Alrededor de dos o tres meses después decidimos casarnos”.

 

El tenor Roberto Alagna y la soprano Angela Gherogiu, hasta su divorcio, sacaban chispas como amantes en las óperas de Verdi y Puccini

 

Las cuatro páginas que escribe sobre su primera mujer se centran en ella como intérprete, y para quien la música no sea el centro de su vida, parecen frías y extrañas para hablar de la esposa de su juventud. “Le horrorizaba todo lo que fuera falso o insincero o artificial. Tenía algo que muy pocos intérpretes tienen, el don de hacer sentir a los demás que en realidad ella iba componiendo la música a medida que la interpretaba. (….) Había algo en su manera de tocar que era absoluta e inevitablemente correcto, en lo que respecta al tempo y la dinámica. Tocaba con mucho rubato, con gran libertad, pero resultaba tan convincente que uno se sentía como un pobre mortal frente a alguien que poseía algún tipo de dimensión etérea.”

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El cellista Mstislav Rostropovich y su esposa, la soprano Galina Vishnevskaia, en una imagen de los años setenta 

 

Esto dice Barenboim en el último párrafo que le dedica: “Tenía una capacidad para imaginar el sonido que no encontré jamás en ningún otro músico. En realidad, era una criatura de la naturaleza, una música de la naturaleza con un instinto infalible”. “Criatura de la naturaleza” es una expresión extraña para referirse a la esposa. El tormentoso final de la relación, con DuPré ya aquejada de esclerosis múltiple y Daniel ya instalado en su nueva relación con la pianista Yelena Bashkirova, dio pasto a las revistas del corazón. Una película de Hollywood, Hilary y Jackie, refleja la versión de Hilary, la hermana de menor de Jacqueline, muy negativa sobre el director y perturbadoramente reveladora de intimidades sobre la cellista.

 

Para los melómanos, quedan grabaciones míticas de Barenboim y DuPré tocando las sonatas para cello y piano de Beeth­oven, Chopin y Frank, él dirigiendo la obra en que ella descolló más que nadie, el Concierto para cello de Edward Elgar (la cara de arrobamiento de la ejecutante mientras su marido dirige la orquesta es impresionante) y sobre todo un documental sobre la grabación del quinteto La Trucha de Schubert, con sus amigos Itzak Perlman, Pinchas Zuckerman y Zubin Mehta, con ambos en estado de gracia.

 

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Galina Vishnevskaya y Mstislav Rostropovich durante un ensayo 

 

El barítono Dietrich Fischer-Dieskau recuerda en sus memorias el impacto que le produjo haber visto a DuPré y Barenboim tocar juntos en Roma. “Se habían casado poco antes, en Israel, durante la Guerra de los Seis Días (junio de 1967), y una energía, como un fuego, brotaba de estos dos músicos brillantes. No era difícil ver en Jackie una intérprete superlativa. No había limitaciones artísticas en esta mujer que tocaba frente a mí, a veces de forma soñadora, otras tempestuosa”.

 

Es curioso que el gran amor del mismo Fischer-Dieskau, el mejor intérprete del lied alemán, haya sido también una cellista. El cantante conoció a Irmgard (Irmel) Poppen en una clase de Historia de la Música en el conservatorio en Berlín, en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943. Ambos eran adolescentes. “Una chica hermosa se sentaba algunos bancos delante del mío. Mi corazón, que latía salvajemente, me empujó a hablarle”.

 

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Anna Netrebko y su marido Yusif Eyvazov

 

La invitó al teatro… y cuando escribió sus memorias, sesenta años más tarde, todavía se acordaba de la obra que habían visto. Pero Dietrich fue llamado a filas por el estado nazi. En una de sus últimas noches antes de ser enviado a la guerra en Italia, hicieron música juntos. “Acompañándola al armonio, descubrí con gran placer que estaba ante una gran cellista. Esa noche el bombardeo fue duro, pero solo reparé marginalmente en el infierno de fuego y el humo ácido que me rodeaba mientras caminaba de vuelta a mi casa”.

 

Anna Netrebko imponía a su segundo marido, el tenor Jusif Eyvazofen, en las óperas de los teatros que querían contratarla

 

Tras la guerra y luego de tres años de confinamiento como prisionero, Fischer-Dieskau pudo volver a casa. En la biografía que Hans Neunzig escribió sobre el músico, se relata una peligrosa y romántica huida: en la Alemania ocupada por los ganadores de la guerra, a Dietrich le correspondía vivir en la zona estadounidense y a Irmel en la francesa. Escapando de los guardias, pudieron juntarse e iniciar su vida común en una casa modesta, pero con un cuarto de música y un gran piano.

 

Con el nacimiento de dos hijos y el creciente éxito del cantante, Irmel fue relegando su propia carrera. En 1963 ella quedó embarazada otra vez, pero al nacer el bebé, murió de eclampsia. Solo y con tres hijos, fueron los amigos los que levantaron el ánimo del barítono, que soñaba con morir para estar con su esposa.

 

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Jordi Savall y Montserrat Figueras 

 

Una década después de la muerte de Irmel, y después de dos matrimonios que terminaron mal, el músico encontró nuevamente ese mismo sentimiento de amor completo (artístico y de atracción espiritual y física) durante un ensayo de Il Tabarro, de Giacomo Puccini. Así cuenta en sus memorias cómo empezó su relación con la soprano Julia Varady: “Tenía un corazón cálido y una emoción a flor de piel, un estupendo sentido del humor; radiaba empatía. Cuando hablaba de su infancia en Rumania, sobre sus padres y las bromas con sus hermanos, la visión de una vida simple que yo creía haber perdido para siempre. Y por supuesto, quedé devastado por su voz inimitable, el sonido de la pasión tormentosa, el brillo triunfante de sus notas agudas que hacían que incluso la Reina de la Noche (de La flauta mágica de Mozart) pareciera fácil de cantar”. La última frase de las memorias de Fischer-Dieskau es para su último amor, que vive la música como él. “Hoy Julia comparte todos mis miedos y mis alegrías”.

 

En el Liceu se podrá ver en junio a la mezzosoprano checa Magdalena Kožená y su esposo, el célebre director sir Simon Rattle

 

En 1990 tuve la dicha de ver y escuchar, por única vez, a estos dos grandes cantantes. Fue en la sala de la Filarmónica de Berlín. Eran solistas de la Misa Solemne de Beethoven. Cuando salí de la sala, abrumado por la emoción, me topé con ellos, altos, espléndidos, esperando un taxi en la noche de invierno berlinés. Noté que estaban tomados de la mano.

 

En sus memorias, Fischer-Dieskau dice que tras la muerte de Irmel la carta de condolencia que más lo emocionó fue la profunda misiva que recibió de una pareja de amigos queridos: Benjamin Britten y Peter Pears.

 

Britten fue el más grande compositor inglés después del barroco Henry Purcell. Su extraordinaria maestría se desplegó en obras sinfónicas, corales, de cámara, pero sobre todo en una serie de óperas ( Peter Grimes, Billy Budd, Sueño de una noche de verano) que son a la vez innovadoras y profundamente teatrales y comprensibles para el gran público. Su pacifismo lo llevó a oponerse incluso al fervor militarista en la Segunda Guerra Mundial. Su homosexualidad, en un tiempo en que era inaceptable, lo llevó a plasmar en sus obras la tragedia del distinto, del perseguido, del paria de la sociedad.

 

Benjamin Britten escribió la mayoría de sus obras para el gran amor de su vida, el tenor Peter Pears

 

El compositor vivió una relación de amor pleno y a la vista de todos con su pareja de toda la vida, el tenor Peter Pears, gran intérprete del papel del Evangelista en las Pasiones de Bach. Para Pears escribió Britten la mayoría de sus obras, y en 1962 le destinó el papel de tenor en su obra magna: el Réquiem de guerra, un himno pacifista que combina la liturgia en latín con versos del gran poeta Wilfred Owen, muerto en combate en la última semana de la Primera Guerra Mundial.

 

Britten quería que los versos de Owen fueran cantados por el inglés Pears y el alemán Fischer-Dieskau, y los melismas en latín por Vishnevskaia. La Unión Soviética no la dejó viajar para el estreno, pero sí pudo cantar en el disco; así unieron en sus voces a las naciones europeas que se enfrentaron en la guerra. Esa grabación, dirigida por Britten, es escalofriante. Fue lo último que grabó Dietrich antes de la súbita muerte de su esposa. Lo primero que grabó Galina en el idioma que la acogería con Dmitri al huir juntos de su tierra. Y el proyecto común de una pareja de músicos ingleses a quienes la burla y la incomprensión nunca pudieron separar.

 

El embrujo de escuchar en vivo a una pareja que comparte el arte que los inflama es una experiencia inigualable

 

Quiero dar la última palabra de este recorrido por el amor en la música a la reina Isabel de Gran Bretaña. En diciembre de 1976, mientras la Iglesia de Inglaterra que ella presidía todavía condenaba la homosexualidad, Isabel se enteró de la muerte de Britten. Como apunta con gran sensibilidad Alex Ross en el final del capítulo dedicado al compositor en El ruido eterno, la monarca envió un telegrama de condolencias a Peter Pears, su gran amor.



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