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Clásica y ópera -

Arcangelo Correlli


El compositor y violinista italiano Arcangelo Corelli ejerció una amplia influencia sobre sus contemporáneos y sobre la siguiente generación de compositores. La historia le recuerda con tales títulos como “Fundador de la Técnica Moderna del Violín”, “El primer gran violinista del mundo” o “El padre del Concerto Grosso”.
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El compositor y violinista italiano Arcangelo Corelli ejerció una amplia influencia sobre sus contemporáneos y sobre la siguiente generación de compositores. La historia le recuerda con tales títulos como “Fundador de la Técnica Moderna del Violín”, “El primer gran violinista del mundo” o “El padre del Concerto Grosso”.

 

Un compositor sin vida privada

Fue, probablemente, el compositor más influyente en la música del siglo XVIII. Pero, a pesar de que su vida tuvo una duración aceptable para la época, apenas si se conocían unos cuantos datos acerca de su trayectoria y éstos, poco llamativos. Así que los historiadores dieciochescos y más tarde algunos románticos dieron por buenas, sin someter a crítica, todas las noticias y anécdotas que les llegaron y, a falta de ellas, recurrieron abiertamente a la imaginación. Y se elaboró una biografía de Arcangelo Corelli, si no deslumbrante, al menos con contenido suficiente para llenar unas cuantas páginas.

 

Leyendas descartadas

Tras ellos, los musicólogos modernos llevan más de un siglo examinando cuidadosamente los datos sospechosos, algunos de los cuales venían repitiéndose casi desde el mismo día de su muerte, y aplicando sin contemplaciones la goma de borrar. Se cuestionó, por ejemplo, la condición nobiliaria y la riqueza de su familia , desvinculándola no sólo de míticos ancestros (el héroe romano Coriolano), sino también de personajes históricos más próximos, fueran éstos rebeldes turbulentos o piadosos patronos de un buen puñado de iglesias en su comarca.

 

Quedó definitivamente en el terreno de la leyenda el cura párroco que en su niñez le habría iniciado en el violín, así como sus ejercicios en las tardes veraniegas, sentado a la sombra de un árbol y fascinando a sus convecinos con su precoz virtuosismo. Se descubrió que el viejo Giovanni Battista Bassani, tenido por su primer maestro, era, en realidad, unos años más joven que él y por eso mismo, resultaba imposible la romántica y dolorosa historia de amor que con su hija se le atribuía.

Desaparecieron también buena parte de sus viajes, empezando por el de 1672 a París por invitación de Mazarino (muerto, en realidad, once años antes), que habría desatado los celos de Lully. Fue Rousseau quien por primera vez habló de dicho viaje, confundiendo a nuestro compositor con Cavalli y bailando, de paso, las fechas. Pero el ginebrino no hacía sino redondear una idea ya formulada anteriormente en Francia: la de un Corelli admirador de la música francesa y estudioso, en concreto, de la de Lully .

 

En el terreno de lo nebuloso queda una estancia en España por las mismas fechas y se niegan, igualmente, sus viajes a Alemania (hacia 1680), en cuyo transcurso le habría maravillado la destreza del violinista Nicolas Adam Strungk en la scordatura, que a él se le resistía (otros sitúan la anécdota en una supuesta visita del alemán a Roma), y a Nápoles (1708), donde habría fracasado al interpretar un pasaje mal escrito por Alessandro Scarlatti que finalmente resolvió brillantemente Francesco X. Geminiani.

 

Se subraya, además, que estas anécdotas que lo relacionan con otros músicos parecen expresamente pensadas para ensalzar a éstos a costa de quien gozaba de universal renombre. Y no se descarta que deba ir al mismo saco la más conocida de todas ellas, su discusión con Haendel durante los ensayos de Il trionfo del Tempo e del Desenganno (1707), cuando el sajón, descontento con su interpretación de la obertura, le arrebató con vehemencia el instrumento de las manos mostrándole él mismo cómo debía ser el pasaje discutido. La humilde y educada respuesta de Corelli ("Querido Sajón, esta música está en estilo francés, que no entiendo") habría motivado que Haendel escribiera sobre la marcha otra abiertamente corellizante.

 

¿Retrato humano?

La operación de limpieza refuerza la idea que se tenía en el siglo XVIII de un Corelli casi sin biografía. Mejor dicho, con una biografía reducida a sus aspectos meramente profesionales y a la lista, nutrida en determinados periodos, pero incompleta en otros, de los conciertos y representaciones en que participó. Pero sin vida privada. Ni siquiera se casó, con lo que falta incluso una de las huellas documentales básicas de la mayoría de los mortales.

 

Tampoco pasó inadvertido este detalle, no faltando quien especulara a propósito de su intimidad con su discípulo y amigo más cercano, Matteo Fornari, con quien compartió actividad y alojamiento en los palacios de sus patronos durante mucho tiempo. ¿O tal vez sublimó sus impulsos vitales en aras de la música? Porque ésta fue, ciertamente, el eje en torno al cual giró su existencia y la búsqueda de la perfección formal fue en él obsesión atormentada y permanente, que le empujó a rehacer y revisar reiteradamente cuanto componía hasta alcanzar el ideal perseguido: ahí residiría la clave de una obra tan magra cuantitativamente en una época en que la producción abundante era característica de la mayoría de sus colegas.

 

Su imagen física, serena y sobria, se transmitió a la posteridad por el retrato que Lord Edgcumbe encargó a Hugh Howard durante su viaje a Roma (1697-1699) y, en menor medida, por el grabado que acompañó la edición póstuma de su Opus VI. Se ha repetido, como un tópico inalterado, que era un hombre en el buen sentido de la palabra, bueno y su carácter, de invariable dulzura. Haendel lo habría descrito -eso afirma, al menos, J. Hawkins- como un hombre muy mirado en el gastar, poseedor de un guardarropa modesto y vestido siempre de negro, más amigo de trasladarse a pie que en carrozas y coches y gran amante de la pintura, única afición que le llevó a efectuar desembolsos de cuantía.

 

Al menos, este último dato está parcialmente documentado: a su muerte dejó una colección de ciento cuarenta y dos cuadros. Su imagen serena sólo se transformaría al empuñar el violín, cuando "se contorsionaba, sus ojos se teñían de un rojo-fuego y sus pupilas giraban como en agonía". Tentados estaríamos de dar por buena la descripción -otra vez de Hawkins, apoyado esta vez en un supuesto testigo anónimo- si no conociéramos otras muy similares aplicadas a diversos músicos, contemporáneos o ligeramente posteriores.

 

Poco más se sabe de la dimensión humana de Corelli. El resto, como hemos señalado, son datos y noticias profesionales.

 

Sus obras, hitos fundamentales en la historia de la música, fueron las más reeditadas del siglo XVIII antes de que Haydn hiciera su aparición. La Opus I, por ejemplo, conoció 39 ediciones hasta 1790 y la Opus V -la más popular de todas- se acercó al medio centenar. No había creado ningún género, pero sí llevó a la perfección clásica los tres que cultivó, la sonata a solo, la sonata en trío y el concerto grosso.

 

Apenas hubo músico del siglo XVIII que se viera libre de su influencia. Y consciente o inconscientemente, fueron muchos los que le rindieron homenaje, disertando sobre sus obras (Veracini), reelaborándolas (Geminiani), tomando prestados sus temas (Bach, BWV 579) o construyendo una serie de variaciones sobre ellos (Tartini), imitando expresamente su estilo (Telemann, Galuppi), dedicándole sus obras (Couperin, Valentini), bautizando con su nombre algún movimiento (Dandrieu) o, sobre todo, siguiendo sus modelos, concretos o genéricos.

 

La lista sería interminable. Destacaremos, pues, como únicos, pero señeros ejemplos, de la nutridísima serie de Folías aparecidas en aquella centuria, la de Vivaldi (que cerraba además, como ocurría en Corelli, una publicación), y entre los concerti grossi, los doce que, conformando su Opus 6 (más simbolismo añadido), compuso Haendel en 1739. La música de Corelli siguió, viva y vivificante, fertilizando la posteridad. Un privilegio reservado al reducidísimo puñado de elegidos que puebla la cumbre del Parnaso.

Manuel Martín Galán
Nota extraida de la Revista Scherzo nº 181 , diciembre 2003. 



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