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Clásica y ópera -

Manuel de Falla


Cuando Falla nace, en 1876, Cádiz es una ciudad todavía próspera, con huellas vivas de su importante pasado histórico y una vida comercial y económica que atraía a gentes emprendedoras de otras tierras, su puerto atlántico, vía natural hacia las Américas, impulsaba este latido.
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Cuando Falla nace, en 1876, Cádiz es una ciudad todavía próspera, con huellas vivas de su importante pasado histórico y una vida comercial y económica que atraía a gentes emprendedoras de otras tierras. Su puerto atlántico, vía natural hacia las Américas, impulsaba este latido.

 

Hacia Cádiz había acudido en su día José María de Falla y Franco, de origen valenciano, casado con María Jesús Matheu Zabala, descendiente de catalanes. De este matrimonio nacerían cinco hijos, de los que sólo tres sobrevivieron: Manuel, María del Carmen y Germán. El nacimiento de Manuel María de los Dolores de Falla y Matheu tuvo lugar en la casa paterna, sita en el número 3 de la Plaza de Mina, el 23 de noviembre de 1876.

 

Así el más representativo compositor español de los tiempos modernos vino al mundo en el seno de una familia perteneciente a la burguesía acomodada, en la que, por añadidura, no faltaba cierta sensibilidad hacia la cultura y las artes, sobre todo por parte de la madre quien, a la sazón, sería la primera profesora de música del niño. Éste iba a dar, desde muy temprano, muestras de haber heredado esa sensibilidad con carácter extremado y de que su temperamento era proclive a cultivarla.

 

Manuel se decantaría luego hacia la música, pero de sus años de infancia quedan preciosas muestras de la amplitud de sus inquietudes artísticas: su fantasía ideó una ciudad que llamaba “Colón”, en la que no faltaba un teatro de ópera; se entretenía en editar revistillas: El Burlón, El Cascabel; pintaba con soltura y gracia; y, en un rincón de la casa que denominaba “El Edén”, hacía representaciones con un rudimentario teatrillo de marionetas en las que fantaseaba con el personaje de Don Quijote.

 

Pero la música parecía, desde el principio, algo más que un entretenimiento formativo. El pequeño Manuel se encandilaba con las coplas y romances que le canturreaba la criada de la casa, la “Morilla”, y, en cuanto a las clases de su madre, asimilaba con tal facilidad las lecciones que pronto se vio la conveniencia de que siguiera, más sistemáticamente, con una profesora de la ciudad, Eloísa Galluzzo. Otros profesores, Odero y Broca le iniciaron en la armonía y el contrapunto.

 

El progreso era patente, y el niño mostraba excelentes condiciones de pianista. No faltaba en Cádiz un cierto ambiente musical del que el jovencísimo Falla, naturalmente, disfrutaba. Como correspondía al ambiente burgués ilustrado que constituía el entorno de la familia, Manuel pudo asistir a veladas musicales en el salón de la casa de don Salvador Viniegra, excelente aficionado a la música, violonchelista amateur y amigo personal de Saint-Sáens; o en la casa de don Manuel Quirell, quien tenía un negocio de pianos con salones de exposición en los que el niño daría sus primeros pasos como concertista de piano, rodeado de la admiración de los suyos y, pronto, con reflejo entusiasta en la prensa local.

 

En estas veladas, el niño escuchaba músicas al uso de la época: piezas románticas de salón y adaptaciones instrumentales de melodías y de pasajes operísticos... Pero, más allá de recintos privados, Manuel pudo impresionarse con audiciones cuyo recuerdo le acompañaría siempre: Fausto y Lucia di Lammermoor en la Ópera; en la catedral gaditana —de donde, un siglo más atrás, había partido el encargo de la composición—, Las siete palabras de Cristo en la Cruz, del gran Haydn; y, a partir de 1893, los conciertos que se ofrecían en el Museo, con pinturas de Zurbarán como fondo.

 

Estamos ya en la última década del XIX. Falla es un adolescente hipersensible, retraído, introvertido, todo lo cual refleja una intensa vida interior. A las inquietudes musicales y artísticas en general se han añadido las religiosas. Como consecuencia, a su entorno de personas influyentes se añade un nombre, el de don José Fedriani, su confesor y director espiritual.

 

Pero la entrañable Cádiz empieza a quedarse chiquita para sus horizontes y su tendencia hacia la música se ha revestido de caracteres de vocación insoslayable. En su ciudad natal ha aprendido ya cuanto había que aprender, y comienzan los desplazamientos a Madrid para recibir lecciones del prestigioso pianista y docente José Tragó. A la vez, empieza a manifestarse el compositor incipiente. El 16 de agosto de 1899, en el Salón Quirell gaditano, Manuel da a conocer varias piezas propias.



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